Si, si, desde el momento en el que te compras una motocicleta (o un ciclomotor, da igual), para la Dirección General de Tráfico (y hasta la fecha da igual quien la dirija) te conviertes en culpable de todos los males habidos y por haber: eres culpable de contaminación sonora, de contaminación ambiental, de producir gases de efecto invernadero, de tu accidente, del accidente del vecino y del fallecimiento de un señor que palmó de infarto mientras dormía tranquilamente en su cama a las tres de la mañana, es más, no sería nada extraño que en un futuro no muy lejano se nos acusase, a los motociclistas, de pertenecer a cualquier rama u organización terrorista internacional.